Hay que hacer un cierto esfuerzo para comprender
por qué algo tan saludable como la sal, se ha convertido en nuestro tóxico
diario. Como siempre, no hay un motivo único, sino una sumatoria de factores.
Por ello conviene analizar el tema desde distintos ángulos: químico, físico,
productivo, cultural, etc.
Pero veremos que todos confluyen
finalmente en el bendito interés económico, que -irónicamente- muestra poco
interés por la salud. ¿Será que en la economía de los negocios, una persona
sana no es “rentable”?
Analizaremos el problema de la sal desde
dos aspectos complementarios: el plano material y el plano energético. Podemos
comenzar advirtiendo que el centro de la cuestión está en la refinación
industrial.
Analizada desde el punto de vista
químico, la diferencia entre una sal marina integral y la moderna sal de mesa
de uso corriente, resulta abismal. La simple evaporación del agua de mar, deja
como consecuencia un residuo sólido, al cual llamamos sal.
Este residuo está compuesto por los 84
elementos estables de la tabla periódica, aquella que estudiábamos en el
colegio secundario. Por supuesto que el cloro y el sodio son los principales
elementos cuantitativos, representando casi el 90% de su composición. Pero la
importancia cualitativa de ese 10% restante es verdaderamente extraordinaria.
Dado que toda la vida del planeta surgió
del lecho marino, es obvio que hay una semejanza intrínseca y funcional con
aquella “sopa madre”. Todas las formas de vida (plantas, animales, humanos),
llevamos incorporada dicha solución en nuestros fluidos internos (savia,
líquidos intracelulares, plasma sanguíneo).
De esto eran conscientes nuestros
antepasados, gracias a su intuitiva visión holística; pero nuestro
reduccionista modernismo industrial se encargó de echar por tierra esta
perspectiva. Concretamente en la sal, se comenzó por pensar en términos de
“suciedad”: había que lavarla y purificarla para presentarla como un producto
“limpio e higiénico”. Este concepto funcionó -y lo más triste es que aún
funciona a nivel masivo- también con otros alimentos básicos y sujetos a
procesamiento industrial: harina, arroz, azúcar, aceite, etc.
El problema de la refinación
Pero hay otras razones de “peso”, por
las cuales la industria ha desarrollado complejos y costosos procedimientos de
limpieza y purificación de la sal. Y es precisamente porque se fue descubriendo
el gran valor industrial del componente básico de la sal (el cloruro de sodio ó
cloruro sódico) en el desarrollo de los productos de síntesis química.
Una vez liberado de “impurezas” (y por
tanto del equilibrio iónico que le confieren los restantes 82 elementos), el
cloruro de sodio es un reactivo perfecto y económico. Por esta razón se
perfeccionó la técnica de refinación y limpieza, a fin de conseguir la máxima
pureza en la producción de cloruro sódico.
Esta sustancia se convirtió en un
elemento imprescindible de la industria química, sobre todo para la producción
de plásticos, aceites minerales, desmoldantes, etc. También la industria
alimentaria la incorporó en su batería de aditivos preservantes, como inhibidor
de procesos de descomposición: un ejemplo es el yogurt, que contiene cloruro de
sodio, no como saborizante sino como conservante.
La Dra. Sherry Rogers aporta
otra pista sobre el porqué de la refinación de la sal, en su libro “La cura
se encuentra en la cocina”: “La sal de mesa común que ha invadido el
mercado de Estados Unidos en los últimos 50 años, parece ser un subproducto de
la manufactura de armas.
Las grandes compañías (como la Morton
Thiokol, fabricante de combustibles para cohetes) refinan sal para extraer
ciertos minerales que luego utilizan en sus producciones bélicas y espaciales.
En el proceso de refinación industrial, la sal de mesa pasa por temperaturas de
670ºC, lo cual altera definitivamente su natural estructura cristalina”.
Por estas razones se refina exhaustiva y
prolijamente la sal en el mundo moderno. Una sola cifra nos permite comprender
mejor esta realidad: el 93% de la sal que se refina en el planeta está
destinada a fines industriales no alimentarios, un 4% es utilizado por la
industria alimentaria como conservante; apenas el minoritario 3% restante se
destina al uso como sal de mesa.
Traducido en términos más sencillos, “de
paso” la mesa “liga” los “beneficios” de la excelente “pureza” de la refinación
industrial y nuestras amas de casa se “benefician” al disponer de un producto
“inmaculado” y que no se apelmaza.
También existe otra importante fuente de
cloruro de sodio, que si bien no proviene de la refinación, es consecuencia de
un desecho industrial y por tanto arrastra la nocividad de la manipulación
tecnológica, sobre todo a nivel energético. Nos referimos a las fábricas de
pastas para papel o “pasteras”, tan en boga últimamente por la cuestión
ambiental.
El cloruro de sodio es uno de los
desechos emergentes del proceso de producción de la pasta celulósica, base de
la industria papelera. Como rezan las advertencias de las películas, “cualquier
relación entre esta actividad y marcas de sal, es solo pura coincidencia”.
Siguiendo con la refinación de la sal,
digamos que en 1971 el gobierno japonés decretó que toda la sal para consumo
humano se debía elaborar por el dudoso proceso de intercambio de iones, que usa
3.000 voltios y 120 amperes de electricidad para extraer los iones de cloruro
de sodio del agua de mar. Un físico atómico, Katsuhiko Tani, contrario a esta
decisión oficial, comenzó a realizar estudios al respecto, creando la
Asociación de Investigación de la Sal.
En una de sus primeras experiencias,
Tani trabajó con almejas vivas sumergidas en distintas concentraciones de sal
naturalmente obtenida por evaporación de agua de mar. Luego imitó estas
concentraciones con la sal para consumo humano y con la sal de potasio (cloruro
potásico), un sustituto artificial para hipertensos.
El resultado: las almejas sumergidas en las soluciones con sal
natural reaccionaron abriendo sus caparazones, mientras aquellas sumergidas en
las soluciones con sal obtenida por intercambio de iones o con sal de potasio,
permanecieron cerradas, reaccionando como si estuvieran en un ambiente hostil.
Los párrafos anteriores tienen que ver
con una trágica realidad que a casi nadie preocupa: el cloruro de sodio, como
compuesto químicamente puro, no existe en la naturaleza. Algo análogo ocurre
con la sacarosa (azúcar blanco). Biológicamente el organismo no reconoce estas
sustancias refinadas y de extrema pureza; es más, las considera tóxicas por su
reactividad. Irónicamente, por la misma razón que la industria aprecia al
cloruro sódico (capacidad reactiva), el organismo lo rechaza.
Para comprender mejor esta “fobia”
corporal hacia los compuestos químicamente puros, podemos usar dos ejemplos
burdos pero ilustrativos: la caña de azúcar y la hoja de coca.
Estudios hechos en Sudáfrica sobre
muestras de orina de dos mil trabajadores de plantaciones de caña de azúcar, no
hallaron trazas de glucosa, pese a que en promedio mascaban 2 kg diarios de
caña, o sea que ingerían unos 350g de azúcar por día. La explicación es
sencilla: mientras la caña mascada es un alimento natural, completo y
fácilmente metabolizable, el azúcar refinado es un producto extraño y nocivo
para el organismo.
Otras investigaciones realizadas en
África e India muestran que la diabetes es desconocida en pueblos que no
incluyen carbohidratos refinados en su dieta.
Respecto a la coca, es simple observar
en los pueblos andinos que el cotidiano consumo de la hoja mascada (benéfica
para el apunamiento) no genera los efectos devastadores del extracto refinado,
conocido como cocaína. Siempre estamos hablando de productos vegetales, pero de
por medio está presente el proceso de refinación y purificación.
El problema de la aditivación
Volviendo a la sal refinada de mesa, no
todo termina en el “desguace” de sus restantes 82 elementos constitutivos.
Luego “sufre” la aditivación de otros compuestos refinados. El caso del yodo y
el flúor, ambos minerales tóxicos y reactivos en las formas antinaturales que
se adicionan industrialmente.
¿En qué argumentos se basa este
procedimiento, obligatorio por ley?: resolver problemas tiroideos (yodo) y
proteger la salud dental (fluor).
Pero nadie toma en cuenta que el cuerpo
no puede metabolizar la suplementación artificial de yoduros y fluoruros.
Muchos científicos están advirtiendo que estos compuestos son los principales
responsables de la formación de nitratos en el estómago; y se sabe que los
nitratos son las sustancias cancerígenas más agresivas, y responsables de
tumores selectivos en muchos órganos.
También son responsables de reacciones
alérgicas y otros problemas de salud. Recientes estudios demuestran que la
adición de yoduros a la sal de mesa puede causar hipertiroidismo, tiroiditis
autoinmune y disminución de fertilidad. Por su parte el fluor, aún en
concentraciones bajas, está relacionado con problemas neurológicos y
endocrinos, afectando el sistema nervioso y provocando déficit de atención
(DDA) en niños y adultos.
A este trágico panorama, se suma la
aditivación de otros preservantes, por supuesto que todos legalmente
autorizados e incluso sin obligación de ser declarados en las etiquetas. Además
de yoduro de potasio, la industria de la sal adiciona dextrosa, un tipo de
azúcar que sirve para evitar la oxidación del yodo (¡¡¡o sea que la sal tiene
azúcar!!!).
Luego le agregan bicarbonato sódico,
para que la sal no tome un tinte púrpura ras la adición del yoduro de potasio y
la dextrosa. Para evitar el apelmazamiento se adiciona hidróxido de aluminio.
Es bien conocida la relación
aluminio-Alzheimer y el papel que juega este metal liviano en las disfunciones
neuronales, bloqueando los procesos del pensamiento. ¡¡¡Como si no tuviésemos
bastante con el uso de utensilios de aluminio en la cocina, latas de aluminio
para las bebidas o papeles de aluminio para envolver alimentos!!!
Otros aditivos que encontramos en la sal
de mesa son: el carbonato cálcico, que no es otra cosa que un pulverizado de
huesos animales, el aluminato de silicio sódico, el ferrocianuro de sodio, el
citrato verde de amoníaco férrico, el prusiato amarillo sódico y el carbonato
de magnesio.
Perjuicios de la sal refinada
Creímos conveniente abordar los daños
que produce el consumo de sal refinada, recién después de haber pasado revista
a la problemática industrial. Esto nos permite comprender mejor los mecanismos
defensivos que debe desarrollar el organismo para intentar neutralizar esta
agresión cotidiana.
Como hemos visto, el problema tiene dos
facetas principales e igualmente graves: la pésima calidad (física, química y
energética) y la elevada cantidad que se ingiere.
El consumo principal de sal refinada
proviene de los alimentos industrializados, que, como vimos, la utilizan por
sus efectos gustativo y conservante.
En este aspecto no hay que pensar solo
en conservas o típicos productos salados (aceitunas, jamones, quesos,
embutidos, fiambres, papas fritas, caldos en cubos o polvos, etc), sino en
alimentos aparentemente inofensivos (panificados, o el “saludable” yogurt
diario que tiene cloruro sódico como conservante).
Más allá del desguace provocado por la
refinación, el principal problema de la moderna sal de mesa para la salud
humana, es justamente aquello que la hace un inapreciable ingrediente de la
química industrial: su reactividad.
Frente a la amenaza que representa este
compuesto reactivo (cloruro sódico), el organismo se ve obligado a poner en
marcha varios mecanismos de defensa que, además de generar un importante gasto
de energía y recursos, no bastan para resolver totalmente la magnitud del
problema.
A continuación conoce más sobre la
Conspiración de la sal y las alternativas naturales que podemos encontrar…
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