En esta parte del cerebro aprendemos a
ser buenos según Investigadores de la Universidad de Oxford y de la UCL .
Ya sabemos qué parte del cerebro nos puede ayudar a
ser mejores personas. Investigadores de la Universidad de Oxford y de la UCL,
dirigidos por la psicóloga Patricia Lockwood, han hallado que una parte del
cerebro muy concreta en la circunvolución del cíngulo o corteza cingular que se
ilumina cuando aprendemos a hacer el bien a otras personas, con mayor o menos
intensidad según seamos más o menos empáticos, según un estudio publicado en
PNAS.
Lo que esta investigación muestra es que las personas
más empáticas aprenden más rápidamente comportamientos que benefician a los
demás, y ello se ve reflejado en una mayor actividad en esa zona del cerebro
cuando hacen el bien.
“Hay muchas áreas del cerebro que parecen estar
implicados en la empatía”, reconoce Lockwood a
EL ESPAÑOL, que añade: “Lo que hemos
encontrado ahora es cómo se asocia nuestra empatía con la actividad que
detectamos en la corteza cingular cuando ayudamos a otra persona”.
Para llegar a esta conclusión, el equipo de
investigación utilizó un escáner de resonancia magnética para medir la
actividad cerebral en 31 voluntarios adultos, mientras éstos resolvían algunos
problemas que implicaban una recompensa para ellos o para otros.
Así, los científicos comprobaron que ese área
particular del cerebro es “la única que se activa” en el aprendizaje de decisiones que benefician a
otras personas, afirma Lockwood. “La corteza cingular anterior es una región profunda del cerebro, y ya se
sabía con anterioridad que su actividad está relacionada en conductas
pro-sociales y morales, así como en el aprendizaje sobre las recompensas”, apunta esta experta a este diario. “Sin embargo, esta región no es igualmente sensible en
todo el mundo”, añade. Según las
pruebas realizadas, los que se calificaron a sí mismos como más empáticos
mostraban más actividad en esa región cerebral cuando estaban aprendiendo a
ayudar a otra persona.
“Sabíamos que, en el encéfalo, el llamado circuito de recompensa
(área tegmental central) responde tanto a cosas beneficiosas para la especie -como el sexo-, para
uno mismo -comer cuando tenemos hambre, beber cuando tenemos sed- y también
para los vínculos sociales como cuando ayudamos a un desconocido”, comenta a EL ESPAÑOL José Ramón Alonso, director del
laboratorio de Plasticidad Neuronal y Neuro-reparación del Instituto de
Neurociencias de Castilla y León, que no ha participado en el estudio.
“Me parece interesante que podamos segregar acciones
relacionadas con nosotros mismos de acciones con otra persona, es decir, que
haya zonas específicas para esa conexión empática”, añade Alonso, que aclara: “Encaja bien con la realidad, porque nuestra
experiencia es que hay gente que no tienen interés por otras personas pero sí
se atienden a sí mismos, como los sociópatas”.
EMPATÍA Y COMPORTAMIENTO PRO-SOCIAL
“Los comportamientos pro-sociales son esenciales para
la unión y la cohesión social, por lo que necesitamos comprender
científicamente cómo existen estos comportamientos”, afirma Lockwood a este diario. Asimismo, la
investigadora apunta a que “estudios previos han
sugerido que la empatía y el comportamiento pro-social podrían estar
vinculados, de tal manera que los más empáticos parecen comportarse de manera
más pro-social”.
“Estamos interesados en probar qué regiones del cerebro
están involucradas en el aprendizaje para ayudar a los demás”, comenta la investigadora. Lockwood destaca, por
ejemplo, que “a pesar de que las
personas tienen una inclinación notable a participar en comportamientos
pro-sociales, existen diferencias sustanciales entre los individuos”.
Por primera vez mostramos un proceso particular del
cerebro implicado en el aprendizaje de comportamientos pro-sociales y un
posible vínculo con la empatía
Por ello, este equipo de investigadores ha buscado una
forma de vincular la empatía -es decir, la capacidad de comprender los
sentimientos de otra persona- con los comportamientos pro-sociales. “Por primera vez”, prosigue Lockwood, “mostramos un proceso
particular del cerebro implicado en el aprendizaje de comportamientos
pro-sociales y un posible vínculo con la empatía”. "Mediante la comprensión de lo que hace el cerebro
cuando hacemos algo por otras personas, y las diferencias individuales en esta
capacidad, estamos más cerca de entender qué es lo que funciona mal en quienes
se caracterizan por su comportamiento antisocial”, añade.
COMPRENDER COMPORTAMIENTOS ANTISOCIALES
A efectos prácticos, este avance es un paso más en el
larguísimo camino que le queda por recorrer en el estudio del funcionamiento
del cerebro. Este hallazgo podría ayudar a la comprensión de trastornos de
personalidad antisocial, como la psicopatía. No obstante, Lockwood puntualiza
que “cualquier comportamiento social es complejo e
influenciado por múltiples sistemas hormonales y neuronales, así como el
contexto más amplio en el que el comportamiento se lleva a cabo”.
Precisamente, a finales del pasado año, investigadores
de las universidades estadounidenses de Pensilvania, Yale y Duke detectaron en
primates una relación entre el altruismo, la amígdala y la hormona oxitocina. “Ése es un estudio realmente fascinante, que identifica
cómo reaccionan las neuronas individuales cuando un individuo beneficia a otro,
algo muy difícil de medir en seres humanos”, comenta la científica.
“En estudios futuros también será importante ver cómo
neuropéptidos como la hormona oxitocina pueden afectar el aprendizaje
pro-social”, añade, pero reconoce
que estos estudios son sumamente complejos y “requieren de una investigación cuidadosa y sistemática”.
El propio José Ramón Alonso alerta sobre “la complejidad de nuestros sistemas cerebrales”. “No es fácil la
manipulación de funciones específicas del cerebro, pues existen muchos factores
interrelacionados y la sensación es que nuestras aproximaciones actuales son
demasiado burdas”, afirma, pero añade: “Desde luego, el poder modificar funciones en ese
órgano tal delicado debe pasar, en primer lugar, por entender cómo funcionan y por
identificar cuáles son los circuitos cerebrales implicados”.
El neuro-científico español identifica como riesgos “las simplificaciones y los intentos de saltarse
etapas, pasar a probar cosas con seres humanos cuando la evidencia previa es
todavía frágil”. Aún sabemos
demasiado poco. No obstante, este científico se muestra optimista: “Tengo la sensación de que vamos avanzando con rapidez
y la ciencia nos da respuestas a problemas que llevamos siglos sin poder
afrontar”.
ROLANDO VARGAS· 18 DE AGOSTO DE
2016
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